SOBRE “EL ESPACIO EUROPEO DE EDUCACIÓN SUPERIOR O LA SINIESTRA NECESIDAD DEL CAOS”. RESEÑA A UN ARTÍCULO DE JUAN BAUTISTA FUENTES ORTEGA.

 

Publicado en http://al-alretortero.blogspot.com/2009/09/sobre-el-espacio-europeo-de-educacion.html

Parece que va creciendo de día en día la necesidad de decir lo evidente, o mejor, que tal necesidad ha existido siempre, pero hoy se ha convertido en una súplica urgente, al menos por una parte de la ciudadanía, más numerosa quizás de lo que se sospecha. En efecto, es como si la persona, envuelta, zarandeada, acorralada por multitud de proclamas, meras consignas que en cuanto tales se dan por necesarias, anhelara, por elemental razón de supervivencia, el discurso explicativo y expeditivo de quien se atreve a levantar la voz contra la Evidencia Triunfante, de la que en su fuero interno siempre había sospechado que no era del todo de fiar, aunque no tuviera claro cómo declarar tal pálpito. Pues bien, esto es lo realizado por Juan B. Fuentes: no sólo decir sin más lo obvio, ya que esto puede no ser más que un espejismo de verdad y convertirse por ello en lo mismo que pretendía aniquilar (por ejemplo, en la propagandística marca de un eslogan político), sino hacer lo obvio razón, algo que ya no es tan fácil ni tan obvio de hacer. Así pues, en lugar de empezar por el final y quedarse dando vueltas en él en una suerte de círculo vicioso, que es lo que hacen los lenguajes de la ocultación, Fuentes ha recorrido palmo a palmo el camino que dicta la razón trituradora hasta desentrañar los primeros resortes. El punto de arranque es el inexcusable, ya que es el que hoy por hoy ha de conformar que alguien contemple el perfil adecuado de la cara de la modernidad: la presentación, aun en dos líneas gruesas debido a las dimensiones del artículo, no ya de una teoría de la ciencia, sino de su posición en el mundo. Según tal teoría, la ciencia está inserta –Juan David García Bacca diría intrinsecada- en las sociedades humanas (y en el mundo en general, aunque, claro está, sean sólo los hombres los que se ocupan de y tratan con ella en cuanto ciencia) operando, pues, en ellas desde dentro y como algo propio de su morfología. Así dice Fuentes. “[…] lo anterior no quiere decir que las verdades de cada ciencia floten en una suerte de éter platónico transcendente a la sociedad humana que las ha generado, puesto que precisamente es dicha sociedad la que y en la medida en que ha sido capaz de generarlas, será asimismo capaz de incorporarlas a su proceso histórico productivo y social, y ello ahora precisamente bajo la forma de la propagación de las tecnologías (que no ya de las meras técnicas o artesanías) en el espacio social “. Asentado este modo de ser de las ciencias, queda por analizar cómo configura las sociedades modernas en el momento de su incorporación a ellas como tecnologías.

 

Y he aquí que de ese momento nace la moderna sociedad industrial, caracterizada por dos notas, a saber: a) el desarrollo industrial a una escala sin precedentes en la Historia, posibilitado precisamente por el despegue científico y tecnológico, de suerte que hay entre tecnología y ciencia por un lado, e industria por otro una vía de comunicación en los dos sentidos: de la ciencia y la tecnología hacia la industria y de ésta hacia aquéllas. Y b) el típico engranaje moderno de producción y consumo, en el que los antedichos desarrollos científico-tecnológico e industrial laboran. Pero al hablar de típico engranaje de producción y consumo, ¿de qué tipicidad estamos hablando? Explica Fuentes que “el desarrollo industrial realimentado entre ciencias y tecnologías no tiene lugar en abstracto” sino ín-sito en el orden socioeconómico actual, cuyo distintivo característico (aquí su tipicidad) es la producción y el consumo desbocados (es más, yo añadiría recordando a Sánchez Ferlosio –Non olet- que desbocados por iniciativa, preeminencia de la producción sobre el consumo). Así pues, lo que distinguiría las sociedades modernas de cualesquiera otras anteriores, sería semejante realimentación de dos niveles, uno de base, en el que se da el dicho tránsito de ida y vuelta entre ciencia-tecnología e industria de una parte, de otra entre producción y consumo; y un segundo nivel que es aquel en el que la realimentación es el engranaje, el orden mismo de las sociedades desarrolladas, ya que engarza, vincula necesariamente en recursividad mutua todo el conjunto: ciencia-tecnología-industria realimentadas y producción-consumo realimentados y desbocados, desquiciados. Esta es la primera verdad y la verdad nuclear que Fuentes ha hecho el servicio de darnos en el modo de la razón. Verdad nuclear, digo, ya que de su uso crítico se sigue la comprensión última de las sociedades modernas desarrolladas. Porque no puede renunciarse a hacer un análisis crítico del mundo moderno, pero este resultará insatisfactorio gnoseológicamente, si se carece de una idea clara sobre el papel representado hoy día por el vertiginoso despliegue tecnológico nacido de las aplicaciones industriales de la ciencia.

Ciertamente ha sido el desarrollo científico (físico matemático fundamentalmente) el que ha marcado el tránsito a una nueva era, y la teoría científica hecha “fuerza de trabajo” en la maquinaria industrial de los países desarrollados, supone la culminación de esa revolución que se inició en el Renacimiento. Racionalizada, puesta en razón, por tanto, esta primera “obviedad”, Fuentes en el resto de su artículo se servirá de ella para triturar las supuestas verdades y bondades del proyecto E.E.E.S., de la “sociedad del conocimiento” y la finalidad y practicidad de las inspiradoras de ambos, las “ciencias humanas”. Como he señalado, la necesidad de exposición racional de las relaciones entre teoría científica y tecnología y, con producción y consumo, se debe al hecho de que en ellas toman cuerpo las realidades sociopolíticas presentes, de modo que sin tal clara y racional exposición no se llegará a comprender el mundo presente, en el que, por supuesto, funciona la idea-fuerza contra la que Fuentes dirige su artículo, la filistea “sociedad del conocimiento” y esa su modulación que es el E.E.E.S. No se puede perder de vista, por tanto, la necesidad gnoseológica de la exposición de las relaciones antedichas, para poder cuestionar con fundamento el E.E.E.S. Dicho lo cual, quisiera añadir brevemente dos notas al artículo de Fuentes.

 

1ª Nota. El Espacio Europeo de Educación Superior (E.E.E.S) pretende eliminar de las aulas universitarias europeas las llamadas clases magistrales, lo que equivale a decir, la exposición teórica y el trabajo de teorización de los contenidos de las distintas disciplinas universitarias. Ante esto, Fuentes defiende de modo impecable la necesidad de una tal teorización en la Universidad, y, claro está, extiende dicha labor del ejercicio teórico a todas las disciplinas. Pero dentro de esta extensión choca el que diga –algo que repite varias veces en las primeras páginas- que la teoría científica, además de necesaria por lo que en sí misma tiene de científica, también aportaría control sobre los efectos –se supone que perversos- de sus aplicaciones tecnológicas. Y digo que choca porque postular la necesidad del trabajo teórico en las ciencias como remedio a las consecuencias sociales nocivas de sus aplicaciones tecnológicas, es algo que de suyo nada tiene que ver con la propia teorización en ciencia, y sí con cuestiones de orden sociopolítico. La vigilancia de la teoría científica (Genitivo Subjetivo) sobre sus desarrollos tecnológicos no es algo emanado como necesario del propio campo científico, a no ser que por vigilancia o control se entiendan estudios a su vez y de nuevo científicos, para comprobar, rectificar, anular o afinar determinada teoría en alguna ciencia concreta, sin salir, pues, del campo de la ciencia misma. Trabajo este que redundará en la optimización de las tecnologías, pero que en absoluto supone un deber moral. ¿Acaso no fue en una época en la que ni por asomo existía el proyecto E.E.E.S., ni la idea de “sociedad del conocimiento, y en que, por tanto, la teorización científica no estaba cuestionada de ninguna manera en los estudios superiores, cuando los científicos se afanaron en su trabajo científico, para afinar la tecnología implicada en el proyecto Manhattan? En definitiva, y por decirlo brevemente, tal anhelado control sobre las aplicaciones tecnológicas no es de orden científico, sino político. Y por ello mismo, es por lo que en las sociedades modernas desarrolladas, incluso sería deseable que existiera ese trabajo científico continuado, que consistiría en hacer una especie de seguimiento de los desarrollos tecnológicos, por la sencilla razón de que, como he señalado antes, redundaría en la posibilidad de extracción de un mayor rendimiento industrial-empresarial, por cuanto puede suponer la optimización de las tecnologías aplicadas a la industria, y esto sin necesidad de modificar la morfología de las sociedades desarrolladas, que tan bien ha descrito Fuentes en su artículo. Pero, ¿qué se concluye de esto? Y aquí es donde aparece la segunda nota que querría señalar.

 

2ª Nota. Pues sencillamente que el E.E.E.S. no se dirige en conjunto contra la teoría o el trabajo de teorización en la Universidad en general o indiscriminadamente, o dicho de otro modo, de iure será, caso de imponerse, para todas las disciplinas, pero de facto dispara contra unas bien específicas, aquellas en que la especulación teórica y la propia disciplina universitaria, son una y la misma cosa, es decir, las Humanidades clásicas: filologías clásicas, historia y paradigmáticamente la filosofía. Esto último es algo que, sin duda, Fuentes sabe y que expone brillantemente en unas páginas que no tienen desperdicio: aquellas en las que reivindica los saberes humanísticos clásicos por su carácter totalizador o metatotalizador en el seno de las sociedades políticas y la figura del auténtico político (y no ya el perteneciente a la clase política) como hombre cargado de bagaje humanístico; también en aquellas otras en las que de manera inapelable deja al descubierto (por no decir en paños menores) las nuevas metodologías pedagógicas que propone el E.E.E.S., amparado por las llamadas “ciencias humanas”. En resumen, determinan, por lo tanto, este ataque a las Humanidades clásicas por parte del E.E.E.S., dos hechos: uno que la teorización científica no se inmiscuye de suyo en la labor de totalización política, (algo que siempre podría poner en entredicho el orden socioeconómico imperante) antes bien, como he indicado arriba, el control científico en cuanto científico sobre los desarrollos tecnológicos puede incluso derivar una mejora industrial-empresarial, sin modificación ninguna del orden reinante; dos, que justamente nada de esto les ocurre a las Humanidades clásicas. En efecto, y empezando por el segundo punto, las Humanidades no generan tecnologías de aplicación industrial (otra cosa son las técnicas de control social que suponen las “ciencias humanas”), y en cuanto al primer punto, justamente lo específico de las Humanidades clásicas es esa labor de totalización o metatotalización que tan bien ha descrito Fuentes, con los riesgos que su ejercicio crítico puede conllevar (considérese el riesgo para el proyecto E.E.E.S. que supone el ejercicio crítico en vivo que el artículo de Juan Bautista Fuentes lleva a cabo) Es esta especificidad de las Humanidades lo que hace que choquen, me atrevería a decir que irreconciliablemente, con las nuevas “ciencias humanas”, pues ellas quieren arrogarse ese mismo valor, pero trabajando sobre el fondo o al amparo de las sociedades industriales modernas, del tipo moderno descrito por Fuentes. Suponemos así, que la extensión de la defensa del trabajo teórico a todas las disciplinas universitarias se realiza, primero porque Fuentes reconoce la necesidad gnoseológica del mismo, y segundo porque busca todos los apoyos posibles para hacer frente al proyecto E.E.E.S., aun cuando desde los estudios científicos, precisamente debido, entre otras cosas, como he indicado, a que en ellos no es pertinente la visión panorámica e integradora de la Filosofía, puedan estar tranquilos a la hora de su aplicación e incluso mirar con desdén –como un caso más de la “locura típica de los filósofos”- el esfuerzo por resistirse a él. Será por ese deseo de apoyos, sospecho, por lo que Fuentes no declara explícitamente que semejante proyecto aspira lisa y llanamente a quitar de en medio a filólogos, historiadores y filósofos, y a sustituir consiguientemente sus trabajos de totalización en el seno del conjunto histórico-político, por esos otros que lo acometen fragmentariamente y dan, por tanto, soluciones también fragmentadas (reléanse las páginas en que aparece la sugerente metáfora del caminante que desea atrapar su propia sombrea) Soluciones fragmentarias, desconexas que se dan desde las “ciencias humanas”, y que no pueden dejar de ser de tal modo, pues éstas se presentan como la variante humanística del trabajo científico, es decir, con aspiraciones al mismo grado de cientificidad que las ciencias y con una metodología análoga, y si, como afirmamos, de la teoría científica no dimana internamente una modulación sociopolítica, de las nuevas y supuestas ciencias humanas que parcelan y abordan el campo social a la manera, pretendidamente, del modo científico, emanará a lo sumo una resolución de los conflictos sociales hecha a jirones, discontinua. Para concluir. Será por estas razones, supongo, por lo que se echa de menos una declaración más contundente, por explícita, contra quienes encarnan el proyecto E.E.E.S., y con los que no podemos convivir pacíficamente quienes hemos sido educados en el seno de los saberes humanísticos clásicos. Ellos lo tienen claro y el E.E.E.S es su baza: en lugar del historiador el sociólogo positivista; en vez del filósofo el psicólogo, el pedagogo o el psicagogo; el especialista en traducción por el filólogo; el politólogo a cambio del Político; en fin, la sociedad del desgobierno, en lugar de esa otra que deseamos los que no renunciamos a que pueda gobernársela mediante el ejercicio de la razón, porque partimos del respeto al hombre.


EL ESPACIO EUROPEO DE EDUCACIÓN SUPERIOR O LA SINIESTRA NECESIDAD DEL CAOS